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Sembrando - Marcos Rafaél Blanco Belmonte

  • 22 abr 2024
  • 2 Min. de lectura


De aquel rincón bañado por los fulgores


del sol que nuestro cielo triunfante llena;


de la florida tierra donde entre flores


se deslizó mi infancia dulce y serena;


envuelto en los recuerdos de mi pasado,


borroso cual lo lejos del horizonte,


guardo el extraño ejemplo, nunca olvidado,


del sembrador más raro que hubo en el monte.



Aún no se si era sabio, loco o prudente


aquel hombre que humilde traje vestía;


sólo sé que al mirarle toda la gente


con profundo respeto se descubría.


Y es que acaso su gesto severo y noble


a todos asombraba por lo arrogante:


¡hasta los leñadores mirando al roble


sienten las majestades de lo gigante!



Una tarde de otoño subí a la sierra


y al sembrador, sembrando, miré risueño;


¡desde que existen hombres sobre la tierra


nunca se ha trabajado con tanto empeño!


Quise saber, curioso, lo que el demente


sembraba en la montaña sola y bravía;


el infeliz oyóme benignamente


y me dijo con honda melancolía:


-Siembro robles y pinos y sicomoros;


quiero llenar de frondas esta ladera,


quiero que otros disfruten de los tesoros


que darán estas plantas cuando yo muera.



-¿Por qué tantos afanes en la jornada


sin buscar recompensa?- dije. Y el loco


murmuró, con las manos sobre la azada:


-«Acaso tú imagines que me equivoco;


acaso, por ser niño, te asombre mucho


el soberano impulso que mi alma enciende;


por los que no trabajan, trabajo y lucho;


si el mundo no lo sabe, ¡Dios me comprende!



»Hoy es el egoísmo torpe maestro


a quien rendimos culto de varios modos:


si rezamos, pedimos sólo el pan nuestro.


¡Nunca al cielo pedimos pan para todos!


En la propia miseria los ojos fijos,


buscamos las riquezas que nos convienen


y todo lo arrostramos por nuestros hijos.


¿Es que los demás padres hijos no tienen?...


Vivimos siendo hermanos sólo en el nombre


y, en las guerras brutales con sed de robo,


hay siempre un fratricida dentro del hombre,


y el hombre para el hombre siempre es un lobo.



»Por eso cuando al mundo, triste, contemplo,


yo me afano y me impongo ruda tarea


y sé que vale mucho mi pobre ejemplo


aunque pobre y humilde parezca y sea.


¡Hay que luchar por todos los que no luchan!


¡Hay que pedir por todos los que no imploran!


¡Hay que hacer que nos oigan los que no escuchan!


¡Hay que llorar por todos los que no lloran!


Hay que ser cual abejas que en la colmena


fabrican para todos dulces panales.


Hay que ser como el agua que va serena


brindando al mundo entero frescos raudales.


Hay que imitar al viento, que siembra flores


lo mismo en la montaña que en la llanura,


y hay que vivir la vida sembrando amores,


con la vista y el alma siempre en la altura».



Dijo el loco, y con noble melancolía


por las breñas del monte siguió trepando,


y al perderse en las sombras, aún repetía:


-«¡Hay que vivir sembrando! ¡Siempre sembrando!...»

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