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Cajita infeliz - Roberto Pérez Franco

  • 10 mar 2023
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 23 abr 2023



ree

Te diré la historia

de un pequeño niño

que vivía en las calles

de mi Panamá.


Una madre adicta

a la piedra en pipa,

con droga en las venas

al niño parió.

Llena de rencores

y de sufrimientos,

con amarga leche

a él lo amamantó.

Nunca vio a su padre

más que en una foto

de, cuando en la cárcel,

alguien lo mató.


Su cuna es la acera,

su abrigo la lluvia,

su arrullo los carros,

los gritos, las balas.

El niño tiene hambre,

y por eso llora.

La madre el reproche

no se lo perdona.


Y lo echa a la calle,

porque falta un hombre,

pa' que busque el 'pebre',

pa' que gane el real.

Plata que más tarde

comprará la piedra,

y de mala gana,

un trozo de pan.


El niño en harapos,

en plena avenida,

pide por su vida

que le des un 'rial'.

Con aguja en brazo,

la madre escondida

lo espera transida

en algún zaguán.


Esta única historia

se ve repetida,

en mil vidas, tantas,

tan pronto perdidas.

Oye mi relato

del niño sin nombre,

porque estoy seguro

que sabes quién es.


Sabes que lo has visto

junto a tu ventana

mientras el semáforo

te cambia la luz.

Sabes que su cara

con sudor y lágrimas

y su mano sucia

a ti se acercó


Y pensaste: "Mira

a este niño pobre...

¿Dónde está la madre,

el padre, la ley?"

Y tal vez le diste

un centavo en lástima

o la nuca fría

de quien no lo ve.


Pero el niño existe,

aunque no lo mires,

y su madre adicta,

y su padre muerto,

y su vida triste

no desaparecen

al cerrar el vidrio

y virar la cara

o subir la radio,

pensando: "¡qué vaina!...

pero no es mi hijo,

mi culpa o mi causa".

Y su historia existe,

aunque no la leas.


Él nunca fue a la misa

ni tuvo bautizo

ni la catequesis

de una religión.

No es que le haga falta

el dogma y el mito,

pero sin un padre

que le dé el ejemplo,

y la madre rota,

le hace falta un dios.


Su dios es la calle

de miradas turbias,

drogas, juega vivo,

fuerza y violación.

Un dios punitivo

es el del semáforo,

que no te perdona

el haber nacido

negro, pobre, anónimo,

mas con corazón.


II


En la misma tierra,

en la misma patria,

en el mismo tiempo y

misma sociedad,

otro niño nace

en cuna de plata,

de apellido bueno,

en el hospital.


Su padre está vivo,

viste de corbata.

Desayunan juntos,

lo besa en la frente.

La madre lo abraza,

lo acuna en sus brazos.

El bebé se duerme

en blando calor.

La leche en sus tetas

nunca supo a droga,

o al ácido odio,

sólo a tibio amor.


Ahora, este otro niño,

digamos que es rubio

y blanco y católico,

se llama Agustín.

Tiene un nombre fijo,

porque tuvo agua

bendita en la frente

cuando era bebé.

Mientras que este otro

tiene muchos nombres:

pela’o, man, chombito,

laopé, buay, bribón,

carajo, negrito,

Memín y ladrón.


Viven los dos juntos

sin jamás saberlo,

con vidas cruzadas:

la misma ciudad,

mas mundos distintos,

arriba y abajo,

adentro y afuera

de la sociedad.


Te doy un ejemplo:

a los cinco años

saliendo del Kínder,

paró en un semáforo

el 'van' de Agustín.

Miró para afuera

de esa esfera mágica

de aire fresco y música,

un Mercedes Benz.


Y quién más tú crees

que estaba ahí afuera

detrás del frío vidrio,

‘chifiando’ los taxis,

descalzo en la calle,

lleno de lombrices,

flaqueando por hambre,

¡quién más que Memín!,

con su cara sucia

y la mano abierta,

pidiéndole un 'cuara'

al niño Agustín.


La luz cambia a verde,

el carro acelera.

La mano vacía

se pierde detrás.

"¿Quién era ese niño,

mamá?" La pregunta

no tiene respuesta.

Nunca la tendrá.

La papita frita

cae y ensucia el cuero

negro del asiento,

y el juguete nuevo,

“Cajita Feliz”.


"¿Quién será ese niño?",

también piensa el otro,

pisando el asfalto

en calle asoleá'.

"¿Qué estará comiendo,

qué estará jugando,

camino a su casa

junto a su mamá?"


Y, por un segundo,

siente envidia y odio

por los dados locos

del dios tricolor,

que le pone roja

eterna a este chombo,

mientras otro – en verde –

vive sin dolor.


III


Pasaron los años

y murió la madre

'trabada' en la piedra,

en un callejón.


Y el mismo hideputa

que vendía la droga

que mató a la madre

que arruinó la vida,

– en pacto faustiano –

le ofrece un hogar

de colchón roído,

de pan mal habido,

si a cambio el niñito

va y le hace un favor.


Pero el favorcito

no es lavarle el carro,

ni limpiar zapatos,

o podar el patio.

Es otro, es distinto,

del que no se dice,

del que no se habla,

y se hace calla'o.


Te paras afuera

de la discoteca

a golpe de nueve,

mirando de la'o,

Pones un puestito

de carne en palito.

Guarda los paquetes

en tu pantalón.

Espera a que vengan

a ti los clientes.

Si piden 'pimienta',

¡asunto arregla'o!


El niño no entiende

muy bien lo que pasa,

pero sigue el juego

que da pa' comer.

Vende la 'pimienta',

recoge la plata;

si viene el patrulla,

él se echa a correr.


Así pasó el tiempo,

Memín se hizo hombre,

perdió la inocencia,

y envidió el poder.

Vio el juego completo:

en sucio tablero

se supo el peón negro

del gambito cruel.


Una noche roja

de cuchillos bravos,

le da jaque mate

al cobarde rey.

Se hace del negocio

y sigue supliendo

el mismo mercado

del maleante aquel.


Los peones son otros,

el juego es el mismo;

y el dios de la calle

se ríe con él.


IV


Agustín, ¿recuerdas?,

creció alto y fuerte.

Terminó en La Salle

con puesto de honor.

Se irá para el Norte,

a hacer la carrera,

tal vez medicina,

en el exterior.

Su padre, orgulloso,

le regala un carro,

moderno, de lujo,

en su graduación.


Su novia, tan bella,

con él esa noche

se acuesta y le entrega

la virginal piel.

Entre muslos blancos

tibios, sudorosos,

el joven degusta

la primera miel.


Ebrio de alegría,

mala hora, decide

con unos amigos

ir a celebrar.

En la discoteca,

tras un par de tragos,

se antoja de algo

más fuerte probar.


Así sale el combo

de jóvenes ricos;

se llegan al puesto

de carne en palito.

Y con la 'pimienta'

que vende un chiquito,

se van a una esquina,

buscando emoción.


La coca le sube

a Agustín por dentro,

le enciende una euforia,

fuego de borracho.

Un tipo lo reta,

con motor rugiente:

“echemos regata,

pa' ver quién es macho”


Agustín acepta,

se siente valiente,

y en su carro nuevo,

persigue al muchacho.

Por Calle Cincuenta

los vieron volando:

dos balas de plata

parecían los carros.


El dios de la calle,

que cambia de luces,

no gusta que ignoren,

su roja advertencia.

La mula, con verde,

tan tarde en la noche,

veloz en su vía,

sigue sin prudencia.

Del joven y el carro,

si acaso, en la calle,

quedaron las manchas

de sangre y violencia.


La novia, preñada,

viuda sin casarse,

tras triste embarazo

le parió su imagen.

El bebé sin padre

le llora en las noches;

la joven, marchita,

no sabe cuidarle.

Los padres del novio,

por amor al hijo,

con el alma herida,

se dan a criarle.


V


Pasan cinco años,

y el Agustincito,

creció rubio y rico

igual que su padre.

Se va cada tarde

con los abuelitos

a comer helado

en un restaurante.


Unos años antes,

Memín, traficante,

murió por el filo

de algún debutante

que, peón de gambito,

quiso desafiarle,

y una noche roja,

le dio jaque mate.

Dejó en este mundo,

herencia de sangre,

en el vientre de una

que le pagó en carne.


Y el hijo de Memo,

descalzo en las calles,

creció con la adicta

quitándole reales.

Nunca vio siquiera

en vida a su padre,

más que en una foto

grotesca y cobarde,

en la cruel portada

de El Siglo, en la cárcel.


Acosa a los carros

en plena avenida,

sin libros, sin techo,

maestro, ni fe.

Toca a tu ventana,

con manitas sucias

y triste te dice:

“deme pa’ comé”…


¡Curioso el destino!

En una parada,

de Agustín el hijo,

y de Memín el crío,

a través del vidrio

se vieron de frente.

"¿Quién será ese niño?",

pensó Agustincito,

"¿por qué anda solito

entre tanta gente?"

"¿Quién será ese niño?",

se pregunta el otro

sin nombre, sin sombra,

futuro o presente.


"¿Quién será ese niño?"

Mas nadie contesta.

Tal vez nadie supo.

Tal vez nadie quiere.


Que fue de aquel niño

que creció sin padre,

partido en dos mundos,

nadie me lo dijo.

Lo que queda claro

es que en el camino,

lo que siembra el padre

lo cosecha el hijo.

Y el dios de la calle,

de pobres y ricos

se bebe la sangre

en el sacrificio…

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